UNA HISTORIA MEDIEVAL. PALABRAS Y ESPADAS.
Gam el guerrero
contemplaba su espada mientras le susurraba algún hechizo, que según se decía le
daba un cierto poder, donde palabra y espada eran uno. Tute el cuentista miraba
encantado. Había escuchado miles de historias sobre Gam, y las había contado,
claro está. Contarlas sin haberlas presenciado era una cosa, pero contarlas
tras haberlas vivido eso era diferente. Haberlas escuchado inspiraba, pero
verlas era privilegio de unos pocos. Gam era como el personaje extraordinario
de los cuentos de hadas.
Esa forma que tenía
de andar entre la gente, de moverse entre las sombras. De decir las cosas en un
hechizo, de quedarse callado sin decir palabra con la mano en el mango de su
espada.
Tute recordaba que no
interesaba lo que contara en las tabernas, la concurrencia quedaba encantada
ante su entusiasmo al contar historias y su manera de contarlas. Que decía y
como lo decía, y más si se trataba del guerrero Gam. De la misma manera daba lo
mismo lo que charlara con Gam, era esa manera en que el guerrero hablaba. En
fin esa manera de decir, de andar y de moverse.
Esa voz casi en un
susurro, y encantadora, para convencer, esa voz gélida para dejar a alguien
paralizado y congelado, en sus hechizos, esa voz ululante, para producir
fuertes vientos. Tute recordó la vez que Gam desato toda su furia contra la
ciudad de los Antinos, con una voz atronadora y atormentada, con la que
desbasto a la ciudad en una fuerte tormenta arremolinada.
Verlo venir entre
remolinos, verlo ir como en una suave brisa. Parado sobre la colina calculando
las posibilidades mientras el viento le ondeaba los cabellos.
Poco importaba lo que
hiciese, dijese, o la manera en que se moviese, con la espada o la palabra. Al
final de cuentas, y de cuentos, era el guerrero Gam.
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